Olivia Li escibiendo

“Mariposa Monarca” de Oli Li Cabrera 

Recuerdos dibujados de colores, flashes de un pasado pintado de azul. Ese sentimiento que te evoca al ayer, una imagen, un color que te recuerda algo. Sensaciones al parpadear ese color por entre tus pestañas. Como cuando miras la luz y aun cerrando los ojos y huyendo de ella la sigues viendo.

El color que se revuelve entre los álbumes de lo que decidiste recordar. Lo que te esfuerzas en no olvidar, esa llama brillante que te iluminó algún día y a falta de luz sigues buscando.

Dicen que nos quedamos con lo bueno de cada recuerdo, que solo guardamos los dibujos bonitos y tiramos deprisa los feos. Para intentar olvidarlos, para creer que eso no salió de nosotros, que eso no formó parte del pasado, que eso no fue lo que fuimos, que no ocurrió.

Colores que no guardaste en el álbum, lo que olvidaste y ahora encuentras en el azul que te envuelve. Como cuando lloras por una canción que te recuerda un momento que ya pasó. La sensación del miedo de que todo lo que pasó no volverá a ser. O del recuerdo de aquello que nunca tuvo que haber pasado.

Mariposas que volaron y se llevaron mi recuerdo, las ganas de volver a cenar una una mesa de cuatro, de tumbarme en un sofá demasiado lleno, del vacío de ese asiento en el coche y el espacio que sobraba en los cereales abiertos. Recuerdos olvidados que atraparon mis mariposas y que se aparecieron en flashes del azul a mi alrededor.

Romperte la misma mano que ya acunó tu caída al suelo. Llorar por todo eso que sentiste, lo que ya terminó. Llorar por no poder rebobinar, por no volver a ese recuerdo que ya huyó de ti aun tú siendo eso. Siendo lo que hiciste, lo que fuiste. Pero que se escapa de ti por ya estar lejos. El ser todo eso que no forma parte de ti.

Somos lo que hicimos, los recuerdos que roban nuestras mariposas, somos algo que no forma parte de nosotros, lo que voló hace tiempo. Y, aun así, tenemos que seguir siendo eso de lo que no formamos parte, lo que voló con las mariposas que dejamos salir. Tenemos que ser palabras que ya no salen de nuestra boca, un pasado que se difuminó entre recuerdos, gestos que no volveremos a hacer.

Un baúl oscuro, una caja de lápices grises, cortinas llenas de polvo porque ya nadie mira por sus ventanas, espacios vacíos. Ocupar todo lo que falta, todos lo que se olvidó llenar. Mariposas que nacen del vacío de esa caja que no está llena, de ese joyero sin joyas, las que nace de lo oscuro, de lo gris.

Un blanco y negro interrumpido por un volar de colores, que estropea el silencio, que lo rompe. La estrella que decidió brillar, aunque todo estuviese negro, la primera palabra de una vida muda. El revolotear que nació del hueco olvidado bajo de mi cama. Obligado a ser el que esconde a los monstruos, castigado con tener que ser su guarda.

Volar, volar por entre vidas grises, por entre edificios demasiado llenos, demasiado altos, por entre recipientes que tuvieron que llenar personas. Mariposas que nadie guarda en su interior.

Salieron de mí, mariposas grises que le robaron los colores al negro.

¿Por qué las mariposas no nos dejen tocarlas? ¿Por qué se posan en las flores y vuelan sin nos acercamos, si queremos tocarlas, si queremos recuperar lo que es nuestro?

Las que le roban los colores al negro o supieron encontrarlos dentro de él.

Las corrientes del aire, el viento que vuela sobre el mar y por encima de las ciudades, que los pájaros siguen para poder moverse.

Pequeñas y sin demasiada fuerza, obligadas a huir y por ello emigrando de mí hacia otra yo, impulsadas, arrastradas, empujadas por corrientes que vuelan las mariposas cada año para llevar los colores a la primavera cuando aquí llega el invierno.

Los que las pueden tocar, lo que no quieren volver a lo que fueron, los que las sueltan y se obligan a enseñarlas volar, lo que encuentran en ellas el amor que llena ese espacio que vaciaron muy rápido las mariposas que volaron en diciembre.

Mariposas que volaron, con las que huyó tu pasado, las que conseguiste que te lo hicieran desaparecer de entre tus pesadillas. Pero tú te fuiste con ellas al ser ese pasado, al estar en esos recuerdos que te esforzaste en borrar. Y volaron para pintar la nieve de flores y dejarle espacio a las mariposas que iban a empezar a crecer.

Mariposas que volaron de ti pero que no te dejan vacía.

“Primer amor” de Sonia Siverio Morales

Casi no nos paramos a pensar en la inocencia que baña un primer amor, de todas esas intensas sensaciones que siempre se intentan recuperar, volver a sentir en todos los amores posteriores. No importa la edad a la que lo vivas, sientes como tu corazón toca una frenética sinfonía y tu mente apenas puede seguir el ritmo. 

Cuando es correspondido se forma una pequeña secuencia de primeras veces iniciada por tomar su mano, sientes como si el mundo se detuviera un segundo y se plasmara una imagen en la mente como una fotografía antigua guardada en el fondo de un armario.  Luego llega el primer beso, tal vez solo haya sido un beso en la mejilla o un fugaz roce entre los labios, pero la felicidad que te aborda es inigualable. Miles de pequeños gestos que nunca volverán a tener el mismo significado, ni mucho menos te darán la misma emoción. 

Hasta que se termina, porque casi nunca duran para siempre y siento cierta envidia de aquellos afortunados que han conseguido conservarlo, porque cuando se acaba, se rompe por primera vez el corazón, se clava la primera astilla y esa es la que más profundo llega. 

Tú, que fuiste mi primer amor, aún te quiero, aunque no durara para siempre.

“Manos” de Nazayda Balmaseda Ramos

La imagen de sus manos, arrugadas y retorciéndose, gastadas y descoloridas, justo antes de que pronunciara palabras en nombre de la verdad, de su verdad. Una verdad escondida tras un rostro impasible, tras una sonrisa invicta, tras unas manos perfectas. Manos, las mismas que habían creado y destruido su mejor obra. Manos de artista, arropadas por la belleza de su mente. Manos, las mismas que habían apartado las lágrimas cuando había arrancado de su vida su creación más hermosa por un motivo egoísta pero importante. Las mismas que habrían cogido entre sus dedos el pulso de su propia sangre, si hubiera dejado que esta evolucionara, ese hijo que nunca nacería. Manos, ya marchitas, que por fin se deshacían de las cadenas de la mentira al contar en un tenue susurro una certeza irrefutable: yo lo maté.

«Tiempo» de Mingyao

Segundos, minutos, horas, dias, semanas, meses, años…

Todo son una cosa, el tiempo, que nos ha contemplado desde siempre y mucho mas, la creacion de la tierra, la evolucion de la humanidad, tu cumpleaños, todo.

El tiempo en soledad, solo, sin amigos contemplando todo, deseando morir deseando ser como esos seres vivos que nacen, viven y mueren.

Pero nunca se hará realidad ese deseo imposible para alguien inmortal, alguien que tiene que vivir toda la eternidad.

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