UN SUBJUNTIVO MUERTO EN ORSAY de Ana Marante

UN SUBJUNTIVO MUERTO EN ORSAY de Ana Marante González

No veo nada desde mi ventana, no encuentro personas, ni sonrisas ni lágrimas, no veo la Torre Eiffel ni tampoco sus luces, las estrellas y la luna alumbran otra estancia y no encuentro París porque tampoco me encuentro a mí. Solo veo el cielo, solo encuentro su color y oigo su silencio. Desde la ventana respiro el olor de la polución y pienso en ellos, en mis padres, en el momento en el que me convertí en el tópico de huérfana que se esconde en un museo. Mi padre era artista, mi madre era artista, yo no soy un pretérito imperfecto, soy un presente, pero no soy nadie, escapo a las reglas del modo indicativo o imperativo, yo soy un subjuntivo, un quizás encarcelado en el Museo de Orsay. Observo el Sacre Coeur y cierro los ojos mientras el silencio de la noche me hace de nana, pero entonces escucho unos pasos a mi espalda y asustada cojo un pincel a modo de arma. Suspiro, es Renoir, mi amigo, mi compañero de desván, otra alma secuestrada en un retrato.

– ¡Ey! ¿Te parecería bonito que yo te apuñalara con un pincel? ¿No encontraste mejor arma?- me pregunta con sus aires de superioridad.

– Lo siento, pensaba que eras algún curioso que se había colado en el museo. No nos conviene que las personas nos vean, demasiadas preguntas.

Renoir se sienta a mi lado y juntos observamos el Sacre Coeur y respiramos, pues es la única hora del día en la que podemos alimentar nuestro corazón de oxígeno. Entonces le hablo de mis padres y él me cuenta las historias de sus cuadros, expuestos en el salón de abajo, charlamos y charlamos. Otra noche más hablando con un fantasma, con el cuadro que decora el desván que me hace de hogar, hablando con el arte, mi única familia. Renoir y yo, pintado a en lienzos con vistas al Sacre Coeur , las mismas vistas durante los dos siglos que llevo viviendo dentro de un cuadro, rectifico, muriendo en un cuadro, con solo sesenta minutos al día cada madrugada para adquirir forma humana, mientras mis padres que no fueron pintados descansan en paz. Otra noche más ensuciando de lágrimas mi marco, siendo una muerta, una nadie, un subjuntivo muerto en el museo de Orsay.

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